miércoles, 18 de febrero de 2015

Falla: El amor brujo

La producción de Manuel de Falla (Cádiz, 1876 - Alta Gracia, Argentina, 1946), sin duda nuestro compositor más universal, supone una de las más altas cimas de la historia de la música española. No fue un creador prolífico, ya que trabajaba despacio y de forma muy rigurosa, aunque la mayor parte de las obras de su reducido pero impecable catálogo ocupan actualmente un lugar de privilegio en el repertorio.

El pequeño Manuel recibe en su ciudad natal las primeras lecciones musicales de su madre, estudiando posteriormente piano, armonía y contrapunto con otros profesores locales. Ya desde muy joven se decantó por la composición, con un puñado de obras para piano y música de cámara en las que se ha señalado la influencia de Grieg.

Pronto se traslada a Madrid (1897-1907) donde finaliza sus estudios de piano bajo la tutela de José Tragó con las máximas calificaciones. Intenta, sin mucho éxito, establecerse como compositor de zarzuelas, ya que de las cinco que escribió, Los amores de la Inés fue la única que tuvo cierta repercusión. De esta época datan sus primeros contactos con Felipe Pedrell, el gran teórico del nacionalismo musical español y creador de la moderna musicología española, que le orientará hacia el uso del folclore en su música. Las enseñanzas de Pedrell darán su primer fruto importante en 1905, cuando Falla gana el premio de composición de ópera de la Academia de Bellas Artes de San Fernando con La vida breve, que el propio músico consideraba su primera gran obra, pieza que sin embargo no se estrenará hasta 1913 en Niza, después de diversas revisiones.

La prolongada estancia de Falla en París (1907-1914) le proporcionará contactos con los grandes compositores franceses de la época (Dukas, Ravel, Debussy) y con otros destacados músicos españoles (Albéniz, Ricardo Viñes), que ejercerán una marcada influencia en el desarrollo su técnica y estilo compositivo. Sus obras más importantes de esta etapa son las Siete Canciones populares españolas, para voz y piano, y las Noches en los jardines de España, para piano y orquesta.

De regreso en Madrid (1914-19), Falla estrena en el Teatro Lara la "gitanería" El amor brujo en 1915 (celebramos ahora su centenario), obra que sufrirá sucesivas revisiones hasta el año 1925. En 1919 presenta en Londres su partitura más conocida, el ballet El sombrero de tres picos (un encargo de Sergei Diaghilev para los Ballets Rusos, con coreografía de Massine y decorados y trajes de Picasso), pieza que supone una ampliación de su anterior pantomima El corregidor y la molinera

Falla se establece posteriormente en Granada (1919-1939), donde compondrá, rodeado de un pequeño círculo de intelectuales entre los que se encuentra Lorca, sus siguientes trabajos: la Fantasía Baetica para piano (1920, encargo de Arthur Rubinstein), El retablo de maese Pedro (1923, música para un episodio de El Quijote) o el Concerto para clave y cinco instrumentos (1926). A partir de esta última obra, Falla trabajará hasta su muerte en la composición de su monumental cantata Atlántida (1927-1946), pieza que quedaría sin terminar, debido sobre todo a sus problemas de salud, y que completaría su alumno Ernesto Halffter en 1961.

Los últimos años de su vida los pasará exiliado en su retiro de Alta Gracia (Córdoba, Argentina, 1939-1946), país en el que todavía estrenará la suite para orquesta Homenajes (1939).

El estilo compositivo de Manuel de Falla fue evolucionando desde un nacionalismo que buscaba su inspiración en el folclore y la tradición musical española, muy particularmente en lo jondo y lo gitano, al que se añadieron posteriormente elementos del Impresionismo y de clara influencia “stravinskyana”, que lo condujeron hasta una especie de neoclasicismo de carácter mucho más austero y conciso. Autor de algunas de las obras más poderosas y exuberantes de la historia de la música española, la fuerza de su genio contrasta de forma casi paradójica con la humildad y la modestia de su sobria personalidad humana.

La versión primitiva de El amor brujo, obra con libreto de Gregorio Martínez Sierra y su mujer María de la O Lejárraga (al parecer la verdadera autora de las obras teatrales de su marido), se estrenó el 15 de abril de 1915 en el Teatro Lara de Madrid, con una orquesta reducida a tan solo catorce instrumentistas (por razones prácticas exigidas por el propio teatro, que carecía de foso) dirigida por José Moreno Ballesteros (padre de Federico Moreno Torroba). Se trataba de una obra teatral con partes habladas y cantadas y con numerosas danzas, una propuesta escénica novedosa para la época, a medio camino entre el género chico y el ballet, compuesta para la famosa tonadillera y bailaora de flamenco Pastora Imperio.


Un año después, el 28 de marzo de 1916, en el Hotel Ritz, con la Orquesta Sinfónica de Madrid bajo la batuta de Enrique Fernández Arbós, se ofrecía por vez primera la versión de concierto de la obra, con una orquesta ampliada. Posteriormente Falla trabajaría sobre la música, revisando la orquestación, suprimiendo y moviendo el orden de algunos números y elaborando un nuevo argumento hasta llegar a la versión definitiva de 1925, estrenada en París por los Ballets Españoles de “La Argentina”.

En este sentido, el musicólogo Antonio Gallego, uno de los mayores expertos en esta obra (Manuel de Falla y El amor brujo, Alianza, Madrid, 1990), señalaba en el programa de la producción presentada en el Teatro de la Zarzuela en 2012:

El argumento de la gitanería de 1915 es diferente al del ballet de 1925, y de ahí nacen las diferencias estructurales. En la versión de 1915, resumido por María Lejárraga, es el siguiente:

«Una gitana enamorada y no demasiado bien correspondida acude a sus artes de magia, hechicería o brujería, como quiera llamarse, para ablandar el corazón del ingrato, y lo logra, después de una noche de encantamientos, conjuros, recitaciones misteriosas y danzas más o menos rituales, a la hora del amanecer, cuando la aurora despierta al amor que, ignorándose a sí mismo, dormitaba; cuando las campanas proclaman su triunfo exaltadamente.»

En el ballet de 1925, una gitana (Candelas) ama a un gitano (Carmelo) que le corresponde, pero un antiguo amante muerto (el Espectro) se le aparece y la persigue. Estos «celos póstumos» del antiguo amante son el objeto de los conjuros, y finalmente serán derivados hacia otra joven gitana (Lucía), la que, al seducir al Espectro, permite que los nuevos amantes consigan el triunfo.

La versión más interpretada de esta obra maestra es la del ballet de 1925 (de hecho, las versiones de 1915 y 1916 se creían perdidas hasta la reconstrucción de los materiales realizada por Antonio Gallego en 1986), aunque todas ellas, con sus notables diferencias, constituyen un verdadero hito para la música española: el de una partitura única e irrepetible, enraizada en el espíritu de las canciones y danzas de los gitanos andaluces, repleta de emoción, misterio, primitivismo y carácter mágico, y elaborada con la solidez técnica, la exquisitez y el refinamiento sonoro propios del magisterio de Falla.

El ballet de El amor brujo consta de un total de 12 números, con los siguientes títulos:
  1. Introducción y Escena
  2. Canción del amor dolido
  3. El Aparecido
  4. Danza del terror
  5. El círculo mágico (Romance del pescador)
  6. A medianoche (Los sortilegios)
  7. Danza ritual del fuego (para ahuyentar a los malos espíritus)
  8. Escena
  9. Canción del fuego fatuo
  10. Pantomima
  11. Danza del juego del amor
  12. Final (Las campanas del amanecer)
De todos ellos hemos escogido para su interpretación los dos fragmentos orquestales más conocidos: la Pantomima y la Danza ritual del fuego. Para poderlas escuchar, de la Pantomima he optado por incluir tres magníficas versiones: la de Carlo María Giulini con la Philarmonía Orchestra; la de Luis Antonio García Navarro con la London Symphony Orchestra, y la de Maximiano Valdés con la Orquesta Sinfónica de Asturias.


Para saborear la Danza ritual del fuego es una buena opción la brillante e hipnótica interpretación de Daniel Baremboim al frente de la Chicago Symphony Orchestra:


Merece la pena escuchar también dos de las canciones más conocidas de El amor brujo (la Canción del amor dolido y la Canción del fuego fatuo), en la excelsa interpretación de una de nuestras grandes voces, la de la mezzosoprano Teresa Berganza, ante la que es inevitable sentir un escalofrío y un estremecimiento al escucharla:



Y para los que gusten de una versión más "gitana", la espléndida voz de Rocío Jurado acompañada de Jesús López Cobos y la ONE, responsables de la banda sonora de la película de Carlos Saura:


2 comentarios:

  1. Aunque sin duda Teresa Berganza es la mezzo del siglo, para la Canción del Fuego Fatuo me quedo con Rocío Jurado...es difícil "imitar" el cante gitano con una técnica lírica... También recomiendo ver la película de Saura sobre esta obra, aunque no es un director para todos los gustos.
    Un saludo

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    1. Muchas gracias por tu aportación. Estoy completamente de acuerdo en que la voz y el estilo de Rocío Jurado son más adecuados para este tipo de música, y seguramente están más cerca de lo que Falla pretendía, aunque en ciertos ambientes "clásicos" nunca ha estado muy bien considerada: todavía recuerdo la cara que puso mi profesor de dirección de orquesta, hace ya bastantes años, cuando le mencioné la versión de Rocío Jurado... y eso que estaba acompañada de López Cobos y la Orquesta Nacional de España... Voy a incluir su versión en la entrada: será interesante que la gente las compare. De todas formas, me quedo con Teresa Berganza, que me parece mejor artista y es la que me pone la piel de gallina cuando la escucho en estas dos canciones.
      Sobre la película de Saura, la vi hace mucho tiempo y guardo muy buen recuerdo. Habrá que revisarla.

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